Nuestra estancia en DF, había llegado a su fin. De hecho cuando llegamos era DF y ya no. Fueron días de paseos, de trabajo, de Arte e Historia. Nos levantamos temprano y nos tuvimos que despedir ya de Sandra. Nos dirigimos a la Central del Norte, la enorme estación de autobuses que – supongo – sirve al norte de la República.
Desayunamos algo en la estación y listos para comenzar el camino. Como ya nos pasara en Perú, los autobuses buenos en Sudamérica es de lo mejor que te puedes encontrar. Elegimos el de las 10:30. Pantallas individuales, dos baños, asientos reclinables 135º… nunca he ido en Business en un avión, pero me imagino que es parecido. 🙂 Incluso nos dieron un sandwich de jamón y queso con un ligero toque de jalapeño. Muy bueno. Me tuve que beber una botella de agua de trago después. En el viaje de cinco horas, nos dio tiempo a ver Chapie, un espectáculo del circo del sol y media parte de Divergente. Pasamos por Salamanca, por cierto.
Guanajuato mon amour
Llegamos a la estación. Yo me comí una hamburguesa mientras esperábamos a Marcelo. Sería nuestro (gran) anfitrión durante nuestros días en Guanajuato. Vino a recogernos tras recoger del cole a sus dos peques. Fue un trayecto de unos 10 minutos en el que pudimos ver de pasada un par de talleres de Euzkadi. Antes de llevarnos a casa, nos mostró el mejor camino para ir a casa y toda la ciudad desde el mirador del Pípila.
Ya en casa, lo primero fue llevar ropa a la lavandería Le Valet, justo enfrente. Nos preparamos y nos fuimos a explorar la ciudad. A mí me enamoró desde el primer momento. Desde que comenzamos la bajada del Tecolote que va a dar al puentecito del Campanero, y que es por la que bajó el cura Hidalgo en la primera batalla de la guerra de independencia mexicana. La luz era maravillosa, la brisa y justo cuando llegamos, sobre el puentecito vemos el Santo Café. Nos sentamos en una mesita y está sonando Baionarena de Manuchao.
La última que vez oí una canción de ese disco, Fanego estaba tratando de explicar lo que era un hipster al señor de inmigración en la frontera entre Jordania e Israel. Pero esa es otra historia que habrá que contar. Yo, ya estaba cautivado por Guanajuato.
Un museo especial y bellas calles
Nos estaba molando de verdad. Y acabábamos de llegar. Pasamos de largo por la iglesia de San Francisco y nos detuvimos por casualidad frente a una escultura de Quijote. Aún no teníamos ni idea de la importancia recíproca de la ciudad y Cervantes. Nos dimos cuenta en seguida de que el museo se creó con fondos de Eulalio Ferrer, desconocido para nosotros hasta hacía poco y al que ahora ya le teníamos cariño. Era martes y entrada libre 🙂 El museo es muy interesante, con ese enfoque que da el que diversos artistas interpreten a su manera una misma referencia. Mención especial para el mural de la sala interior. Impresionante. Veríamos muchos ejemplos más espectaculares del muralismo mexicano en esos días en la ciudad.
Y después, poco más. Pasear, disfrutar de las calles, preciosamente iluminadas. Pasar por delante del Teatro Juárez o la Basílica y ver algunas tiendas. Estábamos cansados así que fuimos a comprar algo para cenar a una tiendecita cerca del callejón del beso y ya de vuelta para arriba. El que puso el nombre de bajada de Tecolote, se conoce que no la tenía que subir. Además nos perdimos un poco al final. Pero bueno, llegamos sanos y salvos. Conocimos a Amina, nuestra compañero de piso ( roomie dicen por aquí). De Melbourne. Estuvimos un rato tratando de adivinar que se refería a Marbella cuando hablaba de la ciudad española que conocía además de Barcelona. Sopa – aguada -, Sense8 y a dormir.
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