Guanajuato: museos, buen ambiente y humbertinas

El primer contacto con Guanajuato había sido muy padre. 🙂 Nos disponíamos a ver qué nos ofrecía la ciudad en este segundo día. Y ojo que moló. Lo que tiene el viajar. Yo no había oido en mi vida hablar de la ciudad y ahora me encanta. Guanajuato tiene un papel importante en la historia de la independencia de México, pues fue la primera batalla abierta de los insurrectos contra el representante del Virrey, como aprenderíamos ese día.

El Pípila y a comer

La primera parada fue el mirador del Pípila. Desde ahí, a donde Marcelo nos había llevado el día anterior se ve todo Guanajuato. Y eso que es una ciudad muy alargada en el que los barrios se van haciendo hueco entre los cerros. El Pípila, quien algunos autores sospechan que realmente exisitiera, era o bien representaba a los mineros de las cercanas minas de oro y plata. La de La Valenciana, que visitaríamos al día siguiente era en su momento la mina de plata más grande del mundo y de donde surgió el esplendor de la ciudad, que hoy mantiene. El Pípila fue quien ayudó a derribar la puerta de la alhóndiga de Granadillas donde los peninsulares (así se les llama en los museos, pues españoles eran todos) se habían refugiado. Esta era la segunda vez que en mi vida que oía la palabra alhóndiga – almacén de grano – la anterior y única hasta entonces era la de Bilbao.

Subimos a lo alto de la escultura enorme que se le construyó, pero no merece mucho la pena. Arriba es un cubículo de cristal que hace un efecto invernadero bastante fino. Tras bajar, continuamos descendiendo por uno de los muchos callejones de la ciudad. Decorado con un montón de piezas de arte urbano. Pronto dimos con el Jardín de la Unión. El centro-centro del barrio del centro. Teníamos algo de hambre así que paramos en Casa Valadez. Muy buen servicio pero la comida normal. Tiene pinta de ser de los sitios más caros de la ciudad. (Si lo buscas en Google, la primera sugerencia es precios 😉 pero tampoco fue más que un menú en Madrid. Ya con el estómago lleno nos fuimos a buscar un sitio para tomar café.

La universidad y cuatro museos seguidos

Por la Plaza del Baratillo llegamos a la calle de la universidad. Ahí está el templo de los jesuítas. Como ya viéramos en Cuzco, más impresionante que la catedral. Creo que fue la primera vez que pude subir a un altar y ver el templo desde donde lo ve un sacerdote. El edificio es interesante y la cúpula mola. (Toma resumen de Historia del Arte) Justo al lado está la propia universidad. Subimos  a la cafetería a tomar el café, bajo – una vez más en este viaje – la atenta mirada de Bowie. Me sentí, por un rato, como en la EPSG.  Fue guay, de verdad. Es una ciudad en donde el ambiente universitario se nota. Cuando bajamos, , y mientras íbamos a por sellos a Correos de México, veíamos un montón de carteles de actividades culturales y así.

Y de allí, por la calle Positos, cuatro museos casi seguidos. Fue bastante guay pues no teníamos ninguna intención ni eran buscados. El primero fue el Museo del Pueblo. Está ubicado en una bonita casa colonial. (Como todos los demás) El señor fue muy amable y nos cobró la mitad de la entrada pues sólo estaba la exposición permanente. A mi me flipó el mural de que cuenta la relación entre misioneros y mineros. También descubrimos a Hermenegildo Bustos . A mí me gustó mucho el realismo de sus retratos. Justo al lado se encuentra el Primer Depósito. El museo de Arte Contemporáneo, dedicado en gran medida a Leonora Carrington, de quién ya habíamos visto alguna pieza en el Paseo de la Reforma en Ciudad de México, y sobre todo en las calles de Guanajuato.

Y sin comerlo ni beberlo, llegué a ser  llegamos al tercer museo, el de la casa de Diego Rivera. Estuvimos curioseando un rato en la tienda de regalos, pero no llegamos a entrar, pues ya habíamos visto dos museos suyos. Donde si estuvimos un buen rato es en la tienda y estudio de Luis, El Pinche Grabador, también al lado. Estuvimos dudando mucho, pero al final no nos llevamos nada.

Y un poco más allí, enfrente, el cuarto museo. A este entraríamos el día siguiente. La antigua Alhóndiga, hoy convertida en museo de Historia, que veríamos dos días después. La calle había dado mucho de sí. Nos sentamos a descansar y ver jugar a los perros y a los niños en las escaleras.

Quijote, besos y a cenar

Desde allí fuimos de vuelta hacia el este por la calle Benito Juárez. Una zona que no habíamos visto tampoco el día anterior. Visitamos el Mercado Hidalgo, la cercana Iglesia de Belén (En México las puertas de las iglesias están siempre abiertas), de ahí al Jardín de la Reforma y pasando por la Plaza e Iglesia de San Roque – donde tuvo lugar el primer Cervantino a la de San Fernando donde la música de algún grupo hacía las delicias de – parecían – jubilados de Florida.

Fuimos brevemente al callejón del beso – volveríamos al día siguiente – y de ahí al Teatro Cervantes y la estatua de Sancho y Quijote. (Otra distinta a la que vimos frente al museo el día anterior) Esta ciudad ama a Cervantes. Llegamos a las ocho a alasocho. Era una señal. Así que compramos nuggets, salchipulpos y humbertinas y tomamos el camino de vuelta a casa por la bajada del Tecolote (subida para nosotros) Cuando llegamos a casa, Marcelo y Amina se iban a tomar algo, pero nosotros, nos quedamos con nuestras humbertinas y estos ocho.

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