Revolución, molcajetes y bellas artes

Hoy la ciudad estrenaba nuevo status dentro de la república y fue nuestro primer día de turisteo por el centro. Además, se había cortado el agua en casi toda la ciudad, algo que suelen hacer todos los años por estas fechas. Fue un día de mucho andar, de ver los contrastes históricos de la ciudad y de comer bien.

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De Reforma al Zócalo

Comenzamos la jornada por el Paseo de la Reforma. Una de las avenidas principales de la ciudad. Como muchas veces que viajo aprovecho a leer sobre la Historia del país. Lo de la Reforma es un conjunto de leyes de corte liberal que se intentaron llevar a cabo en los primeros años del moderno estado y que desembocaron en una guerra de tres años.

Pasamos por el Senado y en el primer giro damos ya al monumento a la Revolución. (100 años después de la independencia) Es impresionante. Días después, descubriríamos que es la cúpula de un palacio que no se llegó a terminar. Desde allí a la calle de la República (con una dedicatoria a cada estado de la Unión) de manera similar a la Plaza de España de Sevilla o el Memorial de la II Guerra Mundial de Washington DC. Una parada a comprar agua y de allí a la esquina de La Información, que dicen que es el cruce más famoso de México.

Durante toda la mañana no nos habíamos encontrado aún con demasiada gente. Eso cambió justo al llegar a la Alameda. Desde allí, pasando por el Palacio de Bellas Artes, al que entramos brevemente, y hasta el Zócalo por la calle Madero, la cantidad de gente era exagerada, haciendo justicia al tamaño de la ciudad. Logramos entrar al Pull&Bear de casualidad. Moló el neón.

Gran parte de mi interés por México, ya siendo mayor, surge de la lectura de Pedro Páramo ya no vive aquí. (Gracias, Vane!) En él, recuerdo que Paco Nadal cuenta la historia del porqué de que la Plaza de la Constitución, la segunda más grande del mundo, se llama comúnmente El Zócalo.

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Ya iba siendo hora así que paramos a comer en el Hostel Mundo Joven.  Amigos de Sandra. Ahí aprendí lo que era un molcajete. También, creo que fue ahí donde probamos los nopalitos. Bien a gusto, con cerveza Pacífico michelada para acompañar.

Ya con el estómago lleno, seguimos con nuestro recorrido. Pasamos por el Centro Español y por el Templo Mayor. El origen de la ciudad actual. Asentada precisamente en torno a él por parte de los españoles que llegaron a México-Tenochtitlan. Decidimos no entrar y al final fue una pena pues no volvimos ninguno de los días que seguimos en CDMX.

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Tras eso entramos a la, ojo, Catedral Metropolitana de la Asunción de la Santísima Virgen María a los cielos de Ciudad de México. Ahí lo llevas. La catedral. Son dos adosadas de hecho. Patrimonio de la Humanidad. Construida, como decía, sobre el Templo Mayor. De hecho, en la entrada, se puede ver a través de cristales en el suelo parte del antiguo templo. A la salida un grupo de actores con vestimenta pre-hispánica danzaban al son de los tambores para mayor gloria del turisteo de la zona.

Vuelta a Madero. Entre galerías que compran oro y personas gritando sus productos y descuentos, nos encontramos también con varios organilleros. Me compre un helado de M&M´s y descubrí que Apple ha sacado otro Ipad tamaño A4. Qué cosas. Paramos, por casualidad, en el Palacio de Iturbide y vimos una exposición más que interesante del trabajo con barro de Javier Marín. 

Iba atardeciendo y decidimos subir a la torre Sears (no sólo en Chicago tienen) a verlo en todo su esplendor. Mientras hacíamos cola, en el piso inferior vi una cama de matrimonio muy corta que todavía sigo sin entender. Unos cafés, una puesta de sol preciosa y un paseo y charla de vuelta casa. Cruzándonos con una concentración de Bettles y varias limusinas con adolescentes.

Sandra todavía tuvo ánimos para salir. Nosotros pedimos una pizza, unos canelazos y unas alitas al estilo de Buffalo. Estuvimos un rato con el señor Frank Underwood y zzzzz.

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