Jueves. Llueve. Es San Emeterio. Día gran de fiestas de invierno de Calahorra. El plan principal de hoy es navegar el río Grijalva en el parque natural del Cañón del Sumidero.
Desayunamos rápido (Gracias Grecia!) y nos recoge el conductor de la van: Alfredo, de Tierra Maya. En aproximadamente una hora recorremos la distancia que separa San Cristóbal de Chiapa de Corzo, donde se encuentran los embarcaderos. En el trayecto vemos que los coches se echan a la derecha cuando pasan autobuses o furgonetas. Algo que ya hemos visto más veces en el sur de México y que la primera vez que lo vi, en Túnez, me llamó poderosamente la atención.
Chalecos salvavidas y a bordo. 😉 El cañón es espectacular. Para mí, el día nublado lo hace todavía más bonito. Nos llueve algo durante el trayecto que nos llevará 84 kilómetros y dos horas desde el puente Belisario Dominguez – donde entrena Jonathan Paredes – hasta la presa Chicoasén y vuelta.
En la entrada al cañón la altura de la pared es de unos 200 metros de altura. Pero muy pronto llegaremos a las paredes más altas del cañón con más de 1000 metros de altura y 200 de profundidad. Las vistas sobrecogen. Pasaremos por el famoso estrechamiento que se muestra en el escudo del Estado de Chiapas. Desde ahí, a la cueva de los colores, donde el agua ha dado diferentes tonos a la roca y donde se ve una imagen de la Virgen. Cada año, del 2 al 12 de diciembre, se produce una peregrinación por el río, para llevarla a Chiapa del Corzo y de vuelta.
Llegaremos ya al final a la presa que genera electricidad tanto para México como para Guatemala, donde nace el río Grijalva. Allí, La Cotorrita servirá Rufles y jícama y comenzaremos el trayecto de vuelta durante el cuál veremos cocodrilos de río y monos araña. (Aunque Nagore y yo de estos segundos, nada de nada)
Tras desembarcar pasaremos una hora tranquila de Chiapa de Corzo, la primera capital del estado, donde veremos la fuente mudéjar y la torre del reloj en la que sus dos caras daban distinta hora.
San Cristóbal de las Casas
Camino de vuelta. Sigue nublado, el camino es precioso. Nos dejan en la plaza de la catedral y sólo sabemos que no queremos comer nada con maíz. Así que elegimos un italiano, en la calle Real de Gudalupe. Nos sentamos arriba y nos pedimos una cubeta. Curiosamente nos dan Coronita, no Corona. Parece que aquí es la versión pequeña de la Corona. Se está realmente bien. Durante la comida, como el día anterior, dos niños vendrán a vendernos cosas. No, pero sí se fueron con un trozo de pizza. No sé, una sensación extraña.
Ya con el estómago lleno nos vamos de paseo. Veremos la torre del Carmen, también de estilo mudéjar, icono de la ciudad y única en Latinoamérica y al lado una casa de cultura donde la gente toma clases de marimba, tejido o ajedrez. Vendrá después una gran subida de 380 escalones (no los contamos, nos lo dijo un chico) hasta la iglesia de San Cristóbal desde la que se ve casi toda la ciudad.
Ya de bajada nos encontramos en la plaza de la catedral con Sabrina a la que volveríamos a ver en El Panchán unos días después y fuimos hacia casa a descansar un rato. Hicimos una breve visita al museo Na Bolom, justo al lado de casa. La idea era salir al cine al aire libre que nos habían informado por las calles. Era la idea. Además comenzaba de nuevo a llover.