Nos recibió México DF justo antes de amanecer. La visión de la ciudad iluminada desde el avión es simplemente impresionante. El paso de inmigración, sin complicaciones. Eso sí, estuvimos mucho tiempo, casi hora y media. Ahí vimos que USA y México tienen el programa conjunto de viajero confiable. En el aduanas, hicimos la cosa esa de darle un interruptor para ver si inspeccionan tu maleta. Tuvimos suerte. (No, por si estás dudando) Eso incluso después de eso, un inspector nos vio cara de españoles y nos preguntó si traíamos jamón 😉

Tras pasar por el cajero de rigor, cogimos un taxi y salimos ya a la calle. La primera impresión para mí fue como el de otras ciudades latinoamericanas. Grande, algo desordenada, inabarcable. El viaje en taxi duró unos 40 minutos (vimos un cartel de Gloria Trevi en una valla) y ya por fin llegamos a casa de nuestra amiga Sandra en la colonia Cuauhtémoc. 

La sensación fue genial. Como de estar en casa y de vacaciones al mismo tiempo. Conocimos a Susana, descansamos un poco y salimos a desayunar al Doña Blanca.  Después, ya en casa, Sandra nos hizo pasta para comer los cuatro y nos echamos algo de siesta.

Ya por la tarde, salimos a dar nuestro primer paseo por la ciudad, anduvimos por la calle Sevilla, Valladolid y en Durango vimos la Cibeles 🙂 Seguimos de paseo hasta llegar al Woolworth de Insurgentes (la avenida más larga de Sudamérica según dicen) porque teníamos que comprar algunas cosas, entre ellas un coordinado matrimonial. (Tiembla Mercadona, su jingle “Woooolworth es para ti”, me tiene muy cautivado desde entonces. Nunca hubiera pensando que lo preferiría al vuestro) Fue también la primera vez que los impresionantes metrobus. Autobuses – similares en su idea al transmilenio bogotano – algunos de los cuales tienen 3 elementos articulados. Flipo con el conductor cuando tenga que girar eso.

Y ya de vuelta, pasamos por la puerta de Gilipollos, y a casa a cenar (otra vez gracias Sandra!) y a dormir. Que mañana vuelvo a currar.