Visita a la fortaleza de Carcassone

Hay que reconocer que el amigo Viollet-le-Duc la dejó bonita. Convenció incluso a la UNESCO en 1997. (Parece que antes de que cambiaran el criterio, si no que le pregunten a Bagán) pero este  arquitecto del s. XIX tenía un estilo de restauración muy particular.  Hoy aprenderemos sobre él. Hoy nos cobramos una deuda pendiente con Carcassone. 

La ciudad nueva de Carcassone

Los lectores fieles del blog ya sabéis que somos mucho de improvisar. Y de leer después de visitar los sitios. Carcassone no fue una excepción (Aunque sí era un sitio específico al que quería venir después de unas fotos que me enseñaron las Martas hace tiempo).

Ya teníamos nuestros tickets de tren, los compramos en la estación el día de antes, en unas máquinas exactamente iguales que las de Renfe 😉 así que tras desayunar llegamos a la estación y nos pusimos en seguida en camino. Bueno, en seguida no. El tren proveniente de Barcelona llegaba con retraso, pese a ser un AVE/TGV, si mal no recuerdo. Bueno, que no pasa nada. (Además nos devolvieron parte del importe) Cafecito en el Paul y a esperar.

Parece que hoy tampoco va ser un día soleado. Al llegar a la estación de Carcassone en la ciudad nueva (o bastida de Saint-Louis) comienza a llover copiosamente. Así que aunque nos ponemos a caminar en dirección a la Cité o ciudad antigua, pronto hemos de parar  en un café.  La ciudad antigua está situada algo más al norte y no es cuestión de llegar calados.

La relación entre los hoy barrios de la misma ciudad, ha sido conflictiva durante siglos. En el  XVI, la muerte del rey Enrique III desencadenó confrontaciones entre los habitantes de la ciudad baja, fieles a Enrique IV, su sucesor legítimo y al duque de Montmorency, y los de la Ciudadela que se niegan a reconocer al nuevo rey. Con el paso de los años esta llegó a estar casi abandonada. Sólo algunas personas vivían en destartaladas viviendas pegadas a la muralla (algo similar a lo que vimos en Madrigal de las Altas Torres, algunos meses después)

Despeja el cielo y retomamos el paseo hacia la ciudadela. Vamos subiendo una empinada calle con un precioso mural con las letras de la ciudad. Cruzándonos con escolares que van a visitar la ciudad y se ríen y saludan al ver que paramos a hacer una foto de cada letra. Cruzando el puente nuevo vemos la estampa que yo tenía en mi mente de la ciudad. En seguida llegamos a la entrada y nos apuntamos a una visita guiada en español 🙂

La ciudad amurallada de Carcassone y la basílica de San Nazario

Para comenzar nuestra visita volvimos a salir por la puerta de Narbona, por la que habíamos entrado. Fue allí donde nuestra guía nos contó la historia de la Dame Carcas y cómo lideró la resistencia de la ciudad, en aquel momento musulmana, al asedio de Carlomagno. Recorrimos las murallas por fuera y reentramos a la ciudad por la puerta sur que da a la plaza de San Nazario, junto a la basílica homónima.

Durante el camino aprendimos sobre la restauración/reconstrucción de Viollet-le-Duc. Uno de los primeros arquitectos que se tomó en serio la restauración de edificios – hizo lo propio con Notre Dame en París. Si bien, sus métodos son cuestionados hoy en día, supongo que hemos de reconocerle la voluntad de conservar las construcciones. La principal característica es que – en pleno románticismo – restauraba siguiendo un ideal medieval literario.  De ahí las cúpulas de pizarra en las torres. Vimos alguna foto de la ciudad tal y cómo estaba en el s. XIX y a mí me recordó mucho al Cerco de Artajona.

Pero volvamos a la basílica. Uno de los dos principales edificios dentro de la ciudadela. Un bello edificio, al que adosaron la residencia del obispo, con una fuerte mezcla entre románico y gótico. La Basílica de Saint-Nazaire fue, en su origen, la antigua catedral de Carcassonne, cuyas piedras consagró el mismísimo Papa Urbano II sobre las ruinas de un antiguo templo carolingio.

Fue entre sus muros donde aprendimos sobre la época en la que el territorio del Midi era independiente del rey de Francia y de cómo esta situación, la cruzada de este contra los cátaros (el conde de Toulouse y el vizconde de Carcassone eran respeutosos con los cátaros) y siglos después la cercanía a la entonces frontera con el territorio español del Rosellón han conformado la historia de la ciudad entre los s. XIII y XVII.

En medio de la visita tuvimos la ocasión de escuchar a tres chicos de un coro ruso cantando delante de uno de los bellos rosetones. Seguimos después el recorrido por la ciudad, pasamos por una casa muy estrecha con voladizos (los impuestos se pagaban por la superficie sobre tierra 😉 y llegamos a la barbacana del castillo condal. Comenzamos a charlar sobre Trencavel y el conde cuando…

… comenzó a llover con ganas. Así que aceleramos y dimos por terminada la visita guiada. La entrada al castillo no estaba incluida así que era un gran momento para ir a comer.

El castillo condal de Carcassone

A comer. ¿Plato típico de la ciudad? El cassoulet.  Potaje de alubias, vamos. ” – ¿Este te parece bien? – Vale” Pues sí, a eso dedicamos la siguiente hora. A comer alubias mientras llovía a cátaros. (Festival del humor) Crema catalana y café. Como unos señores.

Dimos una vuelta por las tiendas de la zona – muy estilo Toledo/Port Aventura. Souvenirses a cascoporro. Pero bueno. Y nos fuimos para el castillo. Este lo vimos ya por nuestra cuenta. Haciendo los dos recorridos por las murallas que se pueden hacer. Caminando por los cadalsos (la guía nos había comentado que los cadalsos son de madera, que si son de obra se llaman matacanes :-)) Jugando al Carcassone en uno de los patios centrales. Viendo algunas de las piezas expuestas y sorprendiéndonos con una instalación artística que no entendimos. (Pensábamos que era un andamio, menos mal que no le dijimos nada al autor que andaba por allí)

Iba atardeciendo, la luz era preciosa y decidimos ir volviendo ya para la ciudad. Dimos un paseo por otro lado respecto al que habíamos venido y paramos en la misma plaza en el mismo bar a comer un helado y a jugar una partida – ahora sí entera – al Carcassone. Gané. Tren de vuelta a casa. Ya en Toulouse, entramos en un bar de la Rue Ballard a ver si veíamos el partido a gusto, pero la verdad es que no molaba el ambiente. Así que a cenar a casa.

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