Primero Palacio Real, después bus a Bagán

Hoy nos toca terminar con lo que empezamos el primer día en Mandalay. Queremos visitar el Palacio Real. Por la tarde tenemos comprado el autobús que nos llevará a Bagán, nuestro siguiente destino en Myanmar.

Palacio sobrio, pero con mucha historia

El Palacio Real Mandalay es quizá uno de los lugares más visitados de Myanmar. Así que acordamos con el mismo conductor de ayer que nos acerque hasta el palacio, y una hora más tarde nos recogiera.

Al llegar, pudimos entrar por fin, por la puerta adecuada (la más alejada a nuestro hotel) 🙁 No os voy a engañar, nos es un palacio impresionante. Sin embargo, es curioso conocer como llegó a ser la sede real, tras un sueño del monarca.

Este lugar perteneció al monarca Mindon, el penúltimo rey de Birmania. Él fue el que fundó la ciudad de Mandalay. Fue un rey querido, ya que fue honesto y muy culto, querido por el pueblo.

Una costumbre, heredada de los tártaro nómadas, era trasladar la sede real a un lugar diferente cada reinado, por ello el Rey Mindon, decidió trasladar su palacio desde Amanapura (antigua capital) hasta Mandalay.

Lo curioso fue que el motivo por el que cambió su sede desde Amanapura hasta Mandalay: un sueño premonitorio, donde los espíritus le aconsejaban el cambio de sede. El rey, tras consultarlo con sus consejeros (astrólogos, monjes budistas y miembros de la corte real) decidió trasladar su palacio entero hasta Mandalay. Este palacio es el que podemos disfrutar hoy en día.

Al salir nos esperaba el conductor, con un polizón en el coche. Su hijo pequeño. Aquí no se estila lo del asiento para bebés, así que se lo puso en sus rodillas, mientras el niño simulaba que conducía. Primero llevamos al niño a su casa, y después nos dejó en el hotel.

Camioneta y Bus hasta Bagán

En el hotel de Mandalay se portaron muy bien con nosotros, y nos dejaron quedarnos en la habitación hasta las 14:00. A esa hora nos recogieron en una camioneta, que nos dejó en el bus que nos llevará hasta Bagán.

El camino fue muy agradable. No era un bus de lujo, pero estuvimos bien a gusto. Paramos a descansar en una tiendecita en medio de ninguna parte. Todo muy auténtico. Las señoras llevaban su mercancía sobre sus cabezas, como si no pesará nada. Increíble.

Seguimos el camino, y vimos un atardecer precioso, vacas y más vacas, rebaños de cabras, abrevaderos y unos paisajes alucinantes. La luz de Myanmar tiene algo especial. En la radio sonaba pop-rock local, que sonaba muy parecido al euskaldun. Curioso.

Tras unos horas de viaje, ya estábamos en el hotel. El bus, nos paró en la puerta. Así sí. Estábamos cansados y preferimos hacernos unos sandwiches de atún para cenar, mientras veíamos al Real Madrid en nuestra tele un poco distorsionado. Antes, dejamos nuestra ropa sucia en la lavandería del hotel. Ahora sí a dormir. Buenas noches.

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