Hacia la Dalton Highway, pero de vuelta a Fairbanks

Hoy tenemos un plan aventurero. La idea es conducir hasta el límite de la Dalton Highway en Livengood.  No podemos conducir por ella por el contrato de alquiler, pero nos apetece, principalmente a mí, llegar hasta ella. El plan de llegar a Prudhoe Bay se queda para el futuro. 

Así que tras el desayuno, nos ponemos en marcha. Hemos de salir de Fairbanks en dirección norte por la Elliot Highway, la misma carretera que tomamos ayer para ir a Chena pero no tomar el desvió hacia el resort. De momento la carretera no tiene mala pinta. Haremos un alto en el lago cerca del campo de Whitefish.  Completamente helado. Sólo se ven las marcas de los trineos. 

Y seguimos para el norte. Como en todos estos días en Alaska, las vistas son espectaculares. La sensación de soledad impresionante. Todo es majestuoso. Nos flipa, vamos.

Seguiremos. Y Seguiremos. La carretera es buena. En la milla 17 cruzamos el arroyo Washington. Sin embargo, pronto la sensación cambia. A partir de la milla 25-27, comenzamos a ver cada vez más nieve sobre la calzada. Por no llevar, no llevamos ni cadenas. Así que sobre la milla 33 cobardemente prudentemente nos damos la vuelta. Ese es el punto más al norte que hemos alcanzado, muy cerquita del paralelo 66, pero sin llegar.

La Dalton recorre las 420 millas que separan Livengood y Deadhorse. El último pueblo antes de Prudhoe Bay, donde hace unos sesenta años se descubrió petróleo en Alaska, hecho que cambió la historia de toda la región.

Es una carretera con prioridad para camiones, que va paralela al oleoducto transalaska y cruza el Yukón y el Círculo Polar Ártico. Se encuentran relatos impresionantes. Aunque bien es cierto, que el coche de Google – en pleno verano – ya ha llegado.  Es hasta protagonista de un programa de canal Historia.

Por cierto que resulta curioso y evidente, estando a estas latitudes, los problemas de la proyección de Mercator, sólo con conducir unos kilómetros, si ves tu posición en Maps, parece que has cruzado una enormidad de territorio del planeta, pero claro el tamaño no está fielmente reflejado. Mola mucho «The True Size», que citan en el propio post de Fronteras, para ver los tamaños reales.

De vuelta a Fairbanks

Así que emprendemos el camino de vuelta. Pasaremos por Fox, donde nos encontramos, nada menos, que con un avión abandonado al lado de la carretera. El tema de los vehículos abandonados en Alaska da para un post.

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Fuente: Google Street View

Haremos una parada en Walmart para comer un sandwich y comprar cena y al centro de Fairbanks.  Yo tenía ganas de recorrer la ciudad andando. De día. No tiene mucho, pero encontraremos cosas interesantes y sobre todo, a mí me encanta, la sensación de la ciudad.

Tras aparcar en el centro de visitantes, iremos viendo con detalle todos los landmarks de la ciudad: la estatua de fraternidad con Siberia, el carrillón en medio de la calle que es herencia del Rottary Club, con gran importancia en la fundación de la ciudad… incluso una cápsula de tiempo.

Pasaremos de largo por el mayor museo del mundo sobre trineos tirados por perros y recorremos la calle principal camino del ayuntamiento – la antigua escuela – y la estación de autobuses. Los semáforos están con sus funditas para que no pasen frío en invierno mientras están apagados. Veremos el monumento de hermanamiento con Fanano – de donde era uno de los fundadores de Fairbanks, y el monumento a los veteranos (ya hemos comentado alguna vez la importancia de los militares en la vida en Alaska, es por ejemplo frecuente verlos en el supermercado haciendo vida)

Nos llamará la atención un chico limpiando gravilla de su jardin (es impresionante la cantidad que hay por todo Fairbanks, suponemos que en primavera por el deshielo) y haremos un recorrido por las numerosas chimeneas pintadas, y antes trataremos de ver si la post office está abierta. (Que no) Ya de camino a casa, veremos abierta la puerta de la iglesia católica de la Inmaculada Concepción, donde los niños ensayando en el coro. Justo al entrar y al salir nosotros la cerrarán bien, así que quizá no fuimos bienvenidos.

El pollo empanado – bastante mejorable claro – que compramos por la tarde y un rato de Futurama pusieron fin a un día que en el fondo fue bastante interesante.

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