Conociendo a las padaung

Hoy tenemos un día de transición pero será un día interesante porque yo visitaré uno de los poblados donde viven los padaung (‘mujeres de cuello de jirafa’)

Hace 23 años que yo conocí la existencia de Tailandia. Fue en un programa de «El un, dos tres». En su primera parte, realmente. Es curioso cómo funciona el cerebro. Yo tenía 11 años y me acuerdo perfectamente de una de las canciones que cantaron. Lo considero una de las cosas que me inspiraron cuando era pequeño y despertaron mi afán viajero (Sí, Willy Fogg también)  Tengo un post pendiente con eso. 

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Una de las cosas que más se me grabó en la mente, además de la canción, fue la de las «mujeres jirafa» En su momento era un ejemplo de «lo grande que era el mundo» Lo sigue siendo. Más o menos. Visitar alguno de estos poblados es algo un poco controvertido porque desde hace años se dice que son un zoo humano y que no tienen libertad para salir. Hay opiniones para todos los gustos.

Nosotros alquilamos un tuc-tuc y nos fuimos para allí. Por 200 Baht nos llevó y nos trajo el señor. Está como a 25 minutos. Nosotros no queríamos ir en una excursión y habíamos hablado por email, parece, con la asociación de las tribus. (Aquí el mail) En cualquier caso, el señor del tuc tuc nos llevó – por carreteras inundadas del agua de por la noche – al mismo poblado que teníamos previsto, sin concretarle nada más.

Los padaung Forman parte del grupo étnico o tribu Kayan, Karen o Karenni. Junto con otras  etnias son conocidas como «tribus de las montañas» en Tailandia. Siendo su origen el oeste de Myanmar, de donde llegaron como refugiados a Tailandia en los años 90.

Cuando llegamos Nagore decidió que no quería entrar. Yo sí. Era una cosa especial pra mí desde que era pequeño. Pagué los 300 Baht y accedí. Es una especie de recorrido por un camino circular. A lo largo del mismo algunas mujeres venden artesanía y cuidan de sus niños. Surge la duda de si viven allí, aunque me pareció que sí. Hay además un centro social en el que se cuenta el proyecto de mejora de las condiciones de vida y de uso turístico. Cuando yo llegué no había nadie absolutamente. Estuve dando una vuelta por las casas, saludando a las chicas y a los niños pequeños (todos jugando con smartphones)

Al principio tenía un poco vergüenza – siempre me pasa lo mismo al fotografiar gente – así que además de comprar alguna cosilla lo que hice fue hablar con ellas directamente en lugar de hacer fotos como a un cuadro. Fue así como charlé unos minutos con Dao. Su inglés era básico, pero conseguimos entendernos un poco. Le conté que era de España y ella que era de Myanmar. Me explicó que llegó a vivir allí hace 7 años (que coincide con la noticia que encontré) y que los niños más mayores estaban en el colegio. No hablamos mucho más.

Sin conocer la realidad no visible, a mí la sensación visible no me entusiasmó. Tampoco me disgustó ni me sentí mal. Quizá fuera por estar fuera de mi entorno o quizá sea sólo un sesgo eurocentrista de «oh pobrecitas mira cómo viven» porque por otro lado no parecían estar mal o no tan diferentemente de millones de personas que viven del turismo en muchas partes del mundo. Pero no sé, no salí con muchas certezas de allí.

Al final se me había ido el tiempo y teníamos que volver a Chiang Rai que tomábamos el bus de vuelta a Chiang Mai. Pasamos por el hotel a coger las cosas y llegamos por los pelos. Ya en Chiang Mai, poca cosa. Comimos en un McDonalds al lado de la estación de bus y luego un taxi al hotel. Pasamos la tarde allí, justo al lado de la estación de tren. Nos dimos un bañito en la piscina y Nagore disfrutando de un masaje tailandés. Comenzó a llover. Intentamos cenar algo pero no lo conseguimos. El restaurante estaba cerrado y no había sitios cercanos. Así que… a dormir.

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