Karta, Yogyakarta

Hoy tendremos un gran día. Con esa magia que tienen los días no planificados. (Como casi todos en nuestro viaje, por cierto) Hoy descubriremos Yogyakarta, Yogya para los lugareños. La primera ciudad «convencionalmente asiática» (según nuestro marco mental de entonces) que visitamos. (No, Bali y Japón no los cuento)

Yogya: que es digna de
karta: prosperar

Así es. Pocas ciudades tienen una declaración de intenciones tan clara en su propio nombre. Yogya para los amigos. Hermanada con varias regiones que conocemos: la prefectura de Kyoto, California, Chiang Mai…

La ciudad fue la primera capital de la Indonesia postcolonial y es en la actualidad capital de la «Región Especial de Yogyakarta«. Una provincia de Indonesia en la que el gobernador regional es legalmente un sultán, como tuvimos ocasión de conocer mientras desayunábamos con Asep, el «chico para todo» de la casa donde nos alojábamos.  Gracias a él pudimos comprobar algo que ya habíamos leído: que Indonesia es un enorme país lleno de naciones con sus propias etnias, idiomas… sólamente el javanés tiene más hablantes nativos que el francés.

El keraton y el kareta karaton

Nada que ver – al menos de forma directa – con el cratos griego, el keraton (residencial del rey) (kraton en su adaptación al inglés) es el palacio del sultán y quizá el lugar más visitado de Yogyakarta. Tras terminar el desayuno nos encaminamos para allá. Tranquilamente, saludando a los niños del vecindario y bajo un sol majo majo. Incluso vimos en una pared un logo muy parecido al antiguo de Gandia Tv 🙂

El palacio sigue siendo la residencia del sultán – que fue elegido democráticamente cuando en 2005 se obligó desde Yakarta a realizar elecciones – y las zonas que se pueden visitar son, en mi opinión sencillas. El paseo es agradable pero a mí no me pareció un lugar increíble. Así que tras unos 20 o 30 minutos de recorrer sus salas viendo cuadros de la familia real o de ceremonias o actos – en un tipo de construcción semidescubierta que volveríamos a ver varias veces en los próximos días – nos dirigimos  ya para la salida.

Precisamente a la salida nos perdimos un poco. Lo suficiente para llegar a un sitio de muy divertido nombre: el kareta karaton.  Otros 50 céntimos de € después estábamos visitando el museo de carrozas del sultán. Curioso lugar. Algunas de las cuales no tienen nada que envidiar a las que alguna vez he visto que usa la realeza europea.

Tarde en el museo. Y el acuario. Y el planetario. Y…

Seguimos de paseo, un poco sin rumbo fijo y fue así como llegamos a Taman Pintar. Un lugar que ya habíamos visto el día de antes pues justo nos dejó hay el autobús. No teníamos ni idea lo que era, pero nos acercamos a investigar. Acabo de ver que su signficado es algo así como «Parque de la inteligencia» y efectivamente eso es lo que es. La Ciudad de las Artes y las Ciencias de Yogyakarta. Presidida por una fuente muy guay de chorros en los que puedes pasar por debajo. Vimos que había un planetario y que costaba unos 2€ así que nos decidimos a quedarnos y hacer el tour completo. Planetario más Acuario. (Luego resultó que el acuario era muy pequeño, y que lo que realmente vimos era un museo interactivo de la Ciencia) Lo dicho. Como en Valencia, pero aquí.

Como nuestro pase para el planetario no empezaba hasta las 15:00 creo recordar nos decidimos a comer por allí en una food court. Disfrutamos de la comida más frecuente de por aquí, el mie goreng. Contra pronóstico el pollo estaba buenísimo. Como aún teníamos tiempo, echamos una partida al Manx TT. Llevaba como 15 años sin verlo en una recreativa 🙂 Y ahora sí. A disfrutar de la sesión sobre el origen del universo. O del sistema solar. O algo así. Nuestro indonesio nos da para pedir comida en restaurantes pero no para entender mucho de la bóveda celeste. Pero aún así nos lo pasamos pipa.

Y de allí al museo. Menos mal que está al lado porque comenzaba a llover. Aunque se agradecía. Tras pasar por debajo de varios peces muy grandes, no sé mucho más, comenzamos a recorrer muchísimas salas de muy diversa índole. Dedicadas a la electricidad, al programa espacial indonesio o al batik y al gamelan. O a los dinosaurios (y es la tercera vez que vemos en este año) También de otras salas con videojuegos o con ordenadores por cortesía de alguna fundación de Microsoft o una imaginativa réplica del Ferrari de Alonso. Realmente disfrutamos del lugar. 

Calle Malioboro

Dedicamos el resto de la tarde a pasear por la avenida principal de la ciudad. Jalan Malioboro. Sí, hasta hace no muchos años, una valla de Marlboro presidía el inicio de la calle. Llena de tiendas y puestos. Desde camisetas a comida. Desde maletas a batik. (Tanto un guía del keraton como un tendero, sobrino de la señora a la que compramos una coca-cola por la mañana, nos habían prevenido de no comprar batik en esa zona por los precios; pero vamos que no era el plan)  

Hicimos mención de entrar al fuerte fuerte Vredeburg, pero justo estaban cerrando. Yo estaba bastante maravillado. Mientras los becak iban de aquí para allá, la gente corría a sus quehaceres o paseaba tranquilamente. Creo que fue la primera vez que tuve conciencia real, por la forma de vestir, de que Indonesia es el país del mundo con más musulmanes. (Bali es de mayoría absoluta hindú)

Es una sensación muy interesante el viajar a sitios que no son tan «convencionales» para mí. Ver a la gente en su vida diaria, además en este caso, durante el mes del Ramadán que había comenzado unos días antes, que es en muchas cosas similar a la de cualquiera de cualquier parte del mundo.

Paseamos entre un montón de esculturas de arte moderno. Nos probamos ropa, no nos compramos ropa. Vemos a ver si tenían Malarone en la farmacia. No. (Por cierto que desde aquí mi reconocimiento a la labor del centro de vacunación internacional de Madrid. Siempre que les preguntamos cosas durante este viaje, nos responde rápido y con valiosa información.  Acabamos cerca de la estación tomando, como siempre en Indonesia, un buenísimo café. Este, javanés. Estuvimos charlando un rato con una pareja holandesa que habían pasado el día en Prambanan (iríamos dos días después) y y hacia casa.

Paramos antes a comprar sellos (8.000 rupias para Europa, pero nos vendieron en packs de 3 de 3000. Como en Bali nos habían vendido de 10.000 sin decirnos nada no teníamos muy claro si es que valía distinto de una isla a otra o qué. Tras mucho buscar encontré que es necesario poner 8.000 rupias, pero a veces no hay sellos tan pequeños como para cuadrar.

Pues ahora ya sí. Justo por la mañana, habíamos descubierto Go Jek, así que con este «uber indonesio» nos fuimos para casa. Fantástico día este que vivimos.

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