Pongamos que hablo de Hoi An

Algo de luz y algunos gritos nos despiertan. Son las cinco de la mañana. Llevamos 11 horas de autobús. Estamos en Hue. Tenemos que cambiar de coche. No lo sabíamos, ni tampoco la mayoría de los somnolientos pasajeros.

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Nos bajamos en un hotel de Google ;-) que hace las veces de parada de autobús. Por fin logramos entender que debíamos esperar allí. Una horita o así y vuelta al bus. A otro. Aún tendríamos para otras siete horas con una parada a medio camino en una especie de piscifactoría en Lăng Cô para ir al baño y no comprar calamares en salazón con un penetrante olor 🙂

Llegada a Hoi An

Sobre las 12:30 me volví a despertar. Al este el Mar de la China Meridional nos indicaba que ya nos estábamos acercando. Al poco rato llegamos a Hoi An. Teníamos unos 10 minutos hasta nuestro hostel, – sencillo pero muy muy recomendable – así que nos vinimos arriba y aunque hacía mucho calor para allí que nos fuimos a patita. Rapidito que había que ir al baño. 😉 Bienvenida de Huy, el amable dueño y a ducharnos por fin. Ay, que bien, ahora sí, a comenzar a descubrir la ciudad.

No anduvimos demasiado. En seguida, en la calle Le Loi dimos con Streets, un restaurante que -luego supimos – trabaja con jóvenes desfavorecidos en Vietnam ayudándoles a desarrollar una carrera en el sector de la hospitalidad. Estuvimos guay, atendidos por la amable Ngoc y nos comimos un par de bocatas: berenjena con lomo… mmmm.

Y a disfrutar de la ciudad. Declarada Patrimonio de la Humanidad la ciudad era un frecuentado puerto y punto de contacto durante varios siglos entre chinos, japoneses, holandeses e indios. Es una ciudad preciosa. Paseando por allí comentamos que parafraseando a Tolstoi:

Todas las ciudades bonitas se parecen. Las feas, lo son cada una a su manera.

O eso pensamos. Hoi An nos recordó inmediatamente a ciudades como Cartagena de Indias, Trinidad – que visitamos hace años o más recientemente a San Miguel Allende o George Town.- Calles tranquilas, con bonitas casas, con muchas galerías, pequeños templos… Una maravilla. Quizá no son cómodas para vivir para sus propios habitantes, pero ese es otro tema.

Fuimos recorriendo el río – que se llenará de actividad por la noche – donde vimos una preciosa exposición fotográfica de Réhahn, un artista francés afincado en la ciudad y poco a poco – de hecho dando la vuelta, que íbamos mal 😉 – llegamos al principal icono de la ciudad: el puente japonés. 

Construido por los habitantes japoneses de la ciudad en la última década del siglo XVI, para comunicar el barrio con el chino es uno de los múltiples lugares que pueden visitarse con el ticket turístico que se vende en diferentes puntos de la ciudad. Tienes un bono con cinco lugares que tú eliges cuáles son.

El puente está unido a un pequeño templo. A nosotros no nos quedó muy claro si se paga (se gasta un ticket) para ver el puente o el propio templo, porque en los siguientes días – y esa misma noche – pudimos cruzar el puente sin problema y sin pagar.

Seguimos recorriendo la ciudad y fue así como vimos – veríamos muchas veces más y también en Saigón – cuadros de Artbook. Se trata de una tienda que realizan versiones libres de carteles de películas. Nos flipó inmediatamente el estilo y el concepto. Era más o menos media tarde y decidimos ir a casa a escribir un rato y descansar.

Llegó la noche,  y cosa no demasiado frecuente, salimos a cenar por ahí 🙂 La ciudad lo pide. Es entonces cuando se enciende los miles de farolillos que cubren gran parte de la ciudad. Cenamos una pizza congelada en la azotea de Faifo Cafe (el antiguo nombre la ciudad) No estuvimos mal del todo 🙂 Nos recordó un poco a nuestro riad de Marrakech de haca casi 10 años.

Tras cenar seguimos nuestro paseo – descubrimos unas postales muy molonas pero no baratas – y la casa china y antigua farmacia de Duc An. Gastamos nuestro segundo ticket para verla. Fue guay conocerla por la noche. Nos recordó a diferentes casas de George Town, tanto por su construcción china como por su alargada planta.

Y así, poco a poco, llegamos de nuevo al río. A esta hora estaba hasta arriba de gente. Tiendas, puestos, farolillos en el río… al otro lado de hecho había una zona de fiesta junto al mercado nocturno. Pero no era la idea. Tras dar una vuelta volvimos hacia casa. En la orilla norte, todo estaba cerrado ya, curioso. En seguida llegamos a casa, a descansar. En una cama 🙂

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