Hoy disfrutaremos de la ciudad de Pisa. Nagore hace unos 20 años que vino por primera vez y yo exactamente 25. Casi nada. Ambos guardábamos un recuerdo «sin más» de Pisa. Llegar, ver (la torre) y salir. Pero hoy Pisa nos mostrará otra cara. (Esa de la torre, también, claro)
Rumbo a la cuna de Galileo
Hoy por fin luce el sol. Decidimos ir caminando a la estación. Pisa está a escasos 20 minutos de Livorno y por lo que vemos, más de una persona duerme en Livorno y va de visita (y a trabajar, otros) a la ciudad que una vez capital de una de las cuatro repúblicas marítimas.

Llegamos sin contratiempos con el tren (los tendremos más adelante estos días) y comenzamos a caminar en dirección al centro. Desde el primer momento se ve una ciudad cuidada. Es algo antes de las 10:00 de la mañana y todavía no hay mucha actividad por Corso Italia, aunque ya más cercando al río Arno, se comienza a ver una zona de actividad con varios puestos de venta de productos locales.
Justo al salir de la estación habíamos visto publicidad de una exposición de Hokusai en el Palazzo Blu. Nagore djo «Yo sé ir» así que improvisaremos (nos encanta) y esa será nuestra primera parada en la ciudad. Al llegar a comprar los tickets el pequeño parece que tiene hambre así que antes de entrar desharemos un poco nuestros pasos hasta llegar a una preciosa cafetería donde los tres desayunaremos de nuevo.
Hokusai en Pisa
Desde 2008 se conoce como Palacio Azul al Palazzo Giuli Rosselmini Gualandi debido al color en el que restauró la fachada cuando pasó a ser un museo. Es un bonito edificio cuyas partes más antiguas son del s. VIII. Pero nosotros no lo visitaremos por eso. Tanto Hokusai como Hiroshige son dos artistas que nos gustan. Paradojimante, en mi caso el interés no se generó a acrecentó en nuestro viaje a Japón, de 2012, si no bastante después en un viaje a Poznan, cuando compramos un precioso libro de Hiroshige.
La exposición se encuentra recién abierta en la ciudad, hoy es el primer domingo y está hasta arriba de gente. Para nosotros es una alegría poder ver por fin una de las impresiones originales de «La gran ola de Kanagawa», pues tanto cuando estuvimos en el Met como en la National Gallery de Victoria en Melbourne, sus copias de la obra no se exponían temporalmente. Disfrutaremos durante la próxima hora de las pinturas del mundo flotante, y dedicaremos un momento a ver las plantas superiores del palacio y su colección permanente. Descubriré allí a Artemisia, impresionante pintora a la que no conocía.
Rumbo a la plaza de los milagros
Tras dejar el museo, cruzaremos el Arno y subiremos por Borgo Stretto en sentido norte hacia la – oficialmente – plaza de los milagros, aka «la de la catedral», aka «donde la torre». Las sensaciones que no está dejando el paseo son positivas, calles bonitas, vida animada… por algún momento nos recordará a Burgos 🙂
Llegando a la Puerta de Lucca, toparemos con la muralla de la ciudad. Ninguno de los dos recordaba en ese momento que la ciudad tenía una. El precio por subir son 5€, pero es casi la hora de comer y no nos apetece. Realmente hubiera sido buena idea porque esa muralla llega hasta la plaza y tiene que dejar unas vistas muy bonitas de la misma. Poquito antes de llegar vemos a nuestra derecha la iglesia de Santa Catalina de Alejandría con su característico romanico pisano y nos decimos «ahí está la plaza, ahora vamos» pero nuestra memoria no era la que pensábamos.
Corregiremos el rumbo, pasaremos por delante de los baños de Nerón (único vestigio de la ciudad romana) sin echarle demasiadas cuentas y ahora ya sí, llegaremos a la zona que hemos venido a ver y a la que hemos llegado por una calle que no es la principal, ni la que recordábamos.
Entraremos por el acceso más pegado a la torre. Más allá de su inclinación, la verdad es que la torre es un edificio muy bello. Así como todo el conjunto. Se comenzó a construir 50 años antes que la Basílica de San Marcos en Venecia, y supuso una competición entre ambas repúblicas marítimas. La mayoría de la gente parece ajena a estas cuestiones y como en otras partes del mundo al que los turistas llegamos en masa, mucha gente se (nos) dedica a hacerse fotos intentando sujetarla. (Yo lo hice, of course, la primera vez) Seguimos dando un paseo por la zona y saldremos por el acceso más pegado a la catedral. Justo ahí vemos un McDonalds, que cumple una constante que buscamos en este viaje, el poder tener un banco/sofá donde tumbar al pequeño mientras comemos. Una hamburguesa con queso toscano y una botella mal cerrada que mojará toda la mochila y mi dulce cu después, nos dirigiremos de nuevo a pasear y quizá entrar en los edificios.
Un balcón con vistas
Justo antes de volver a entrar al recinto, ambos tenemos una pequeña epifanía. Por aquí, fue por donde ambos vinimos la primera vez. Tras dejar atrás un montón de puestos de souvenirs que tapán la muralla (por eso no nos acordábamos) a la izquierda se deja ver la torre por primera vez. Yo vine con 17 años en el viaje de estuidos y aunque ya había recorrido bastantes sitios por Europa con mis padres, creo que este fue el primero «famoso» que visité, habiéndolo visto antes en la tele o libros o similares.
Quizá somos nosotros, pero parece que hay algo menos de gente. Andamos dudando de si subir a la torre. Entramos a la oficina de venta de billetes dentro del museo y nos dice que – a diferencia de la cúpula del duomo de Florencia, a la que subiremos dos días después – a la torre de Pisa no se puede subir con niños menores de 8 años. Así que nada. Lo dejamos para un siguiente viaje. Aprovechando que estamos en un sitio apañado, le damos un nuevo biberón al peque. Un nuevo paseo y estábamos ya por irnos cuando vemos que en la segunda planta del Museo dell’Opera del Duomo hay una terraza con vistas a la plaza. Así que siguiendo un clásico de nuestros viajes, subiremos a la cafetería, sin visitar el museo.
Estuvimos muy a gusto, tranquilos con nuestro Iced Vanila Latte y nuestro tiramisú. Iba siendo hora de volver a casa. Enfilamos de vuelta, esta vez haciendo una parada en la bella Piazza dei Cavalieri, donde Nagore en seguida se dio cuenta de que nos rodeaban un montón de cruces de Malta. En el momento de hacer esta crónica – unos días después – vemos que realmente la plaza está dedicada a otra orden militar, esta toscana, la de San Esteban
Y así, tranquilos y no demasiado cansados (mañana será otra historia) volveremos a nuestra casita temporal en Livorno. Cenas, baños y a dormir. Un gran día.
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