Tras el fantástico día anterior, este amaneció también prometedor. De nuevo esta jornada dio mucho de sí. Vimos interesantes fenómenos naturales, el primer oasis que vi en mi vida, localizaciones de película – literalmente – y vivimos una emocionante experiencia en todorreno entre dunas, emulando alguna edición del Rally Dakar.
Chott el Djerid: el lago salado
Empezamos la jornada en dirección noroeste hacia la zona del lago salado de Chott el Djerid, donde vivimos otro momento mágico. Una soledad y tranquilidad espectacular. Se trata de un lago que se forma por la desembocadura en él de algunos pequeños ríos hacia cuya agua se filtran diferentes sales minerales del suelo, convirtiéndolo en un lago salado de tonos rojizos que en verano se seca completamente. Cuando fuimos nosotros el lago tenía muy poca profundidad, nos llegaba por el tobillo – lo que lo hacía más misterioso aún y no tenía ni una parte de la gran extensión que tiene en invierno y que lo convierte en el mayor de África.
En el lago tiene lugar un curioso fenómeno llamado Fata Morgana un tipo peculiar de espejismo, de tipo inferior en el que las lejanas montañas parecen colgar del cielo, lo que nos permitía observar con bastante nitidez el Atlas, situado a más de 100 kms de dónde estábamos.
El oasis de Chebika
Siguiendo la carretera P16 durante un par de horas dejamos a nuestra izquierda el cruce que más tarde nos llevaría a Tozeur. Nuestro destino estaba más adelante. Se trataba del oasis de Chebika. Un espectacular oasis sobre el que se asienta el pueblo del mismo nombre y que es una de las puertas de entrada al Sáhara, concretamente al Gran Erg Oriental.
En nuestro caso, que lo abordamos viniendo del noreste, fue impresionante pero me imagino que ni la décima parte de lo que tiene que ser si llegas a él viniendo del sur de algunas de las vecinas ciudades del desierto, algo que parecía reflejar la película «El paciente inglés» que rodó aquí algunas de sus localizaciones.
Una nueva esperanza
Volviendo ya en dirección a Tozeur, tuvimos la oportunidad de conocer las localizaciones que George Lucas utilizó para ambientar el planeta natal de Luke: Tatooine. Que toma el nombre de la zona de Túnez en la que estábamos: Tataouine. Si bien la ciudad con dicho nombre está lejos de aquí.
La visita de este lugar fue absolutamente mágica para mí. No sólo por conocer localizaciones de una de mis películas favoritas, si no porque como si quisiera emular a la canción de Angunn, se puso a llover en medio del desierto. Fue una sensación maravillosa, todos resguardados entre las casitas en las que creció Luke esperando que parara de llover para después poder observar bellísimas imágenes del suelo mojado y dos arcoiris iluminar nuestra presencia allí.
Fue además, justo allí y en ese momento donde le compré por medio dinar a un niño un colgante de un corazón azul que me ha acompañado prácticamente siempre desde entonces.
Get uppppp
Por si las emociones fueran pocas, nos dirigimos a una cercana zona en la que pudimos disfrutar de una experiencia emocionante como pocas. Estar de rallies entre las dunas en algunas pistas que años antes fueron escenario de alguna etapa del Rally Dakar. Recuerdo con enorme intensidad esta experiencia.
Al ritmo de James Brown y al grito de «¡Pique!¡Pique» y «Más marchá» disfrutamos como enanos de la habilidad de nuestros conductores. Pese a que uno de ellos, creo que precisamente Mumú rompió algo y tuvimos que esperar a un vehículo de apoyo.
Para cerrar, una cena beduina
Tras un completo día llegaba el momento de acercarnos ya a la ciudad de Tozeur, puerta del desierto y a la que Franco Battiato dedicaba la canción con la que participó en Eurovision en el 84. El hotel elegido fue el Sarra. Fue el momento de descansar, ducharnos – supongo 😉 – y prepararnos para asistir a la cena con espéctaculo nos brindaron a nosotros y a otras decenas de turistas.
Recuerdo que acabamos bailando «Paquito el Chocolatero», que encontramos al doble de Carlos y que la fiesta continuó en el hotel donde dejaron que Jorge se hiciera con la cabina del músico, lo que permitió que me sintiera divertido con la situación que emulaba a cualquiera de nuestras fiestas en Parque 8.
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