Antes de comenzar a escribir el post de hoy, os contaré dos cosas que – por lo menos para mí – se hacen realidad cuando uno decide pasar un año entero viajando. La primera es que sí, también se necesitan vacaciones de viajar. Parece de coña, pero lo prometo. Hay veces que no quieres ir a ningún sitio ni ver nada. Sólo estar sin hacer nada. La segunda es que se echa más de menos a los amigos «de siempre». Pues bien en estos días en Railay Beach resolveremos ambos 🙂
Maravillosamente…
Yo no soy mucho de playa. Pero a mí este lugar me ha maravillado. (y eso que este primer día llovía) Tiene el equilibrio justo entre un poco de ambiente para tomar algo y al mismo tiempo tranquilidad. Es temporada baja aquí estos meses, quizá sea por eso. Es impresionante la cantidad de españoles que hay, por cierto. No habíamos visto tantos – con diferencia – desde que dejamos Madrid.
Y es que realmente no hay mucho que contar, el lugar es para vivirlo. Tras desayunar nos pusimos en marcha hacia la playa. Nuestra idea era ir a la playa del Oeste (la del Este, donde nos quedábamos, tiene marea baja por el día y no es particularmente atractiva (comparada con las demás) pero nos perdimos un poco y llegamos a una playa aún más al Este de la playa del Este. 😉
Pronto rehicimos el camino y llegamos ya a la playa del Oeste. Maravillosa. Con sus longtail boats alineados a lo largo de la costa, en precioso contraste con las formaciones calizas llenas de vegetación. (Por cierto que estas embarcaciones tradicionales funcionan con motores de coche) Dimos un paseo, pero decidimos ir a Phra Nang, la península que está un poco más al sur. Esta ya es demencialmente bella. De camino hacia allí tienes que ir esquivando monos y gatos. No sé de cuáles hay más en la zona 😉
Allí nos pasamos la mañana, nadando, viendo a la gente escalar y disfrutando como niños pequeños. Comimos pad thai en uno de los restaurantes de la «calle» que conecta ambas playas y ya de vuelta en la del Este nos fuimos a tomar unos cocos al Frienship 🙂
Poco a poco Rápidamente fue atardeciendo y nos fuimos ya a cenar. El elegido fue The Last Bar. Nos habían convencido para atender la velada. Primero algo de música (Pitbull, Enrique Iglesias… yatusabes) Después una pequeña demostración del uso del didgeridoo una tuba tradicional de los aborígenes australianos que de alguna forma es tradicional ahora de esta zona de Tailandia. (Salieron dos voluntarios además… 😉
El tercer plato de la noche, y el principal fueron dos combates de muay thai, que es quizá el deporte nacional y un elemento cultural del país. En el primero se dieron ostias como panes. Es la primera vez que yo veía un combate en directo si exceptuamos sumo y la lucha libre mexicana. En el segundo combate salió voluntario un español y ya la cosa fue más tranquila (pero tampoco mucho) y cerramos la noche con un espéctaculo de fuego que, salvando las distancias, nos recordó al que vivimos en Hawaii.