Florencia: Cerca Trova

Tras varios días en Livorno o Pisa hoy será el primero que iremos a Florencia, el objetivo del viaje realmente. Tanto Nagore como yo ya habíamos estado. Hace 20 y 25 años respectivamente. Que se dice pronto. Acabaremos bastente el día bastante cansados. Ya lo podemos adelantar.

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Unos días antes de llegar, decidimos comprar una Firenze Card, con entrada a casi todos los museos de la ciudad. Es para 3+2 días. Nuestra idea es venir 4. Finalmente serán 3.  Para los Uffizi y para la Academia, hay que reservar con varios días de antelación. Lo mismo que para la subida a la celebérrima cúpula de la catedral. Cosa rara en nosotros, lo hicimos y está todo organizado. Hoy, sin embargo, no tenemos nada reservado.

Llegada a la ciudad

La primera tarea es sacar la basura. En Livorno tienen un sistema de recogida a domicilio por días, pero si quieres puedes llevarla a alguno de los contenedores – no muchos – que hay por la ciudad. Tras preparanos y desayunar nos pusimos en marcha hacia la parada de bus de Magenta, al otro lado de la plaza y de ahí a Livorno Centrale y a Firenze Santa María Novella. Ya conocemos la estación, así que no tenemos mucho problema en salir y comenzar nuestro día por la capital toscana.

Lo primer que haremos será activar la Firenze Card en la oficina de Turismo situada en la propia basílica. No entraremos en ese momento, y no llegaremos a entrar en ninguno del resto de días. Se queda pendiente.  Es lunes, de noviembre, y se ven muchos turistas, ya desde la estación. Enfilamos hacia el centro, y llegaremos  a la plaza de la República y de ahí ya a una de las calles comerciales que llevan a la piazza del duomo. 

Primer contacto con la piazza del duomo

Nos acercamos y lo primero que nos llama la atención es la cantidad de gente y lo «pequeño» de la plaza. La catedral es la cuarta o la décima más grande del mundo en tamaño, según los criterios, justo por detrás de la del Pilar, pero a diferencia de la zaragozana, la plaza tiene el espacio justo para hacer hueco al complejo catedralicio.

Veremos que está en temporada de limpieza de la fachada. No hemos podido averiguarlo mejor, pero quizá sea cada tres años.  Tenemos entradas para ver los edificios para mañana. Hoy nos conformaremos con acercarnos a las puertas del baptisterio, que ya habíamos visto en San Francisco y en nuestros viajes anteriores a la capital toscana. Lo que no sabíamos entonces  es que esas puertas actuales, son una réplica de las originales. 

Dimos la vuelta a la plaza y de ahí enfilamos hacia la piazza de la signoria, que ya comenzábamos a tener algo de hambre. Pasamos por una sitio donde vendían paninis para llevar, nos pillamos un par y nos fuimos a comerlos a los escalones de la Loggia della Signoria: un conjunto escultórico único al que no subiríamos. Ni hoy ni ninguno de los días en la ciudad. Lo mismo que Nagore en su primer viaje. Yo ni lo recordaba. En las fotos no se aprecia, pero tuvimos un pequeño huequito en los escalones disputado con otras familias con bebés 🙂

El ascensor del palacio vecchio

Ya con el estómago lleno nos dispusimos a ver el palacio. La última vez que lo vimos fue en Asassin´s Creed 2. En general viajar con el peque está siendo bastante cómodo. En muchos sitios están las cosas preparadas. En este palacio/museo incluso vimos que en el cambiador había carritos para dejar a los visitantes, así que no nos lo pensamos mucho.

El Palacio de la Señoría, también conocido como Palazzo Vecchio, es uno de los símbolos más imponentes de Florencia, testigo de siglos de historia, intriga y poder en la capital renacentista de Italia. Construido a finales del siglo XIII, este palacio fue diseñado por Arnolfo di Cambio con una estructura imponente y austera que reflejaba la fortaleza y el carácter de la República Florentina. Su torre, la Torre di Arnolfo, se eleva como una declaración de poder, un recordatorio de los tiempos en los que Florencia estaba en constante pugna con familias rivales y ciudades vecinas. Desde su creación, el palacio ha sido el centro neurálgico de la política florentina, sirviendo como sede de la Signoria, el consejo que gobernaba la ciudad, y más tarde como residencia de los poderosos Médici cuando se hicieron con el control.

Un punto poco conocido del Palazzo Vecchio es la leyenda de una pequeña figura grabada en la fachada del edificio. Se dice que el gran Miguel Ángel, en un momento de hastío mientras esperaba a alguien en la plaza, esculpió discretamente la silueta de un hombre con su cincel, directamente en la piedra del palacio. Según la leyenda, este rostro era el de un hombre que solía mendigar en la plaza y con quien Miguel Ángel entabló breves conversaciones. Esta figura, conocida como el L’Importuno di Michelangelo, es fácil de pasar por alto, junto a la entrada principal.

Accedimos por una zona distinta a la general para poder usar el ascensoe. Una trabajadora subió con nosotros. (Luego repetiríamos nosotros y el mecanismo es muy gracioso porque has de darle decenas de veces contantemente al botón para que se pulse, pensábamos que no habíamos entendido a la chica que nos lo dijo en esa segunda ocasión)

El palacio es una auténtica pasada. Al ser la hora de comer no había tanta gente como podíamos esperar. Fuimos recorriendo estancias de cuando el palacio lo habitaban los Medici.  Me llamó la atención particularmente la sala de los mapas. Algo que volveríamos a ver en el palacio Pitti y que no tengo recuerdo de ver en otros palacios o castillos.

Tuvimos desde este piso una privilegiada vista del majestuoso salón de los quinientos, donde se reunían los gremios de la ciudad durante la época de la república. Es una sala memorable adornada con frescos y obras de artistas como Giorgio Vasari, que representan las victorias militares de Florencia. Este salón fue encargado por el gran duque Cosme I de Médici como un homenaje a su poder y se construyó para impresionar tanto a amigos como a enemigos.

Tras recorrer una exposición temporal con bocetos y esculturas de Miguel Angel, pasamos por la mezzanine (esta palabra para designar una semialtura, la descubrimos hace años en los planos de museos de Nueva York) y luego volvimos a subir para poder acceder a la propia sala de los quinientos. En esa sala dediqué un buen rato a buscar el texto «cerca trova» (el que busca encuentra) que Vassari dejó en una bandera en uno de los impresionantes murales de la estancia y que conocía por Inferno de Dan Brown. Y lo tuve que buscar en internet y luego verlo con el zoom del teléfono porque a simple vista, imposible. Fue un rato muy guay. Tras eso, fuimos enfilando hacia la salida.

El compás de Galileo

La siguiente parada que nos habíamos planteado para este día, era el museo Galileo. Luego veríamos que no tiene demasiado que ver con el científico pisano, aunque la colección – de elementos científicos de la familia Medici que en su día estaban en los Uficci – sí guardaba algún elemento suyo.  El museo está a un par de minutos de la la galería de los oficios y pasamos por su patio rumbo al mismo. Mañana entraríamos.

Aunque estabamos cansados y lo vimos medio rápido, el museo nos llamó la atención. Creo que nuncaba habíamos visto instrumental científico tan antiguo. Mola pensar cómo muchas cosas llevan mucho tiempo inventadas. Alguna de las cosas me recordaron, en su uso, al Jantar Mantar de Jaipur. En las salas pensadas para niños al final del palacio, estuve explicando a una madre cómo funcionaba la máquina que Galileo diseñó para explicar el movimiento compuesto ante el evidente desinterés de su hija, que quien la madre quería que lo aprendiera.

Nuestro nivel de cansancio no bajó tras la visita, pero nos dimos cuenta que teníamos al lado la Basílica de la Santa Croce y nos animamos a ir. Y fue buena idea

… cerrando el día con la Santa Croce

No lo sabíamos pero en esta basílica franciscana (se cuenta que había pique con los dominicos de la Novella durante la construcción en el siglo XIII) están enterrados varios de los italianos más ilustres de la historia.

Nosotros hicimos algo de cola para nada, porque aquí sí se podía entrar directamente con la Firenze Card sin intercambiarla por un ticket. La basílica es impresionante – el síndrome de Stendahl nació aquí  – pero lo más memorable es la sensación de estar ante las tumbas de gente como Dante, Maquiavelo… algo similar sentimos en la capilla real de Granada o en la catedral de Lima.

Tras dar un  biberón al pequeño en el precioso claustro y visitar el refectorio, enfilamos ya de vuelta a casa. Comenzaba a anochecer. Eran las 17:30 y con paso lento nos fuimos yendo hacia la estación. Fuimos por otra calle lo que nos permitió ver a lo lejos la abadía y el Bargello (comeríamos ahí mismo los otros dos días en la ciudad) Pasamos por la catedral de nuevo y vimos que el baptisterio estaba en obras. Tras llegar a la estación y esperar casi una hora al siguiente tren (tiempo en el que hablé con mi padre dando mil vueltas a la sala de espera 🙂  llegamos a nuestra querida casita livornesa a cenar y a descansar.

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