Hemos decidido que nuestros últimos seis días en Sri Lanka los pasaremos en Mirissa. De tranquis en la playa. Finalmente no vamos a visitar los parques naturales… ya volveremos en otra ocasión.
Último desayuno y el dueño de la casa nos baja al pueblo en su tuktuk. En punto muerto, para ahorrar. Sólo hay una parada de bus en Ella (creo). Situada frente al café Lavazza (escenario de épicas partidas de ajedrez pasadas y futuras) El día anterior habíamos preguntado cerca de ella y nos dijeron que había muchos cada día (6:30; 7:10; 8:40; 9:15; 9:35; 11:10; 11:35 y varios más posteriores…)
Más allá de que yo me iba a ir enfrente la parada porque no me daba cuenta que conducen por la izquierda fue sencillo tomarlo, el bus 31. Llegamos a las 9:40, pero hubo suerte. Esperamos unos minutos y listo. Habíamos leído que había que cámbiar de bus en Mátara, pero no fue el caso según nos confirmó el chico. Creo recordar que el trayecto (unos 5-6 horas, costaba 1€)
Normalmente en estos autobuses hay una fila de dos asientos y un banco de tres, así que se va preto. 🙂 Pero tuvimos un buen viaje, además de que ya al final hicimos una parte del viaje en primera línea de playa vimos un enorme lagarto o algo así que confundimos con uno oso hormiguero.
Llegamos a Mirissa y nos bajamos muy cerquita de nuestro alojamiento. Un lugar curioso que es un restaurante japonés, regentado por una cuadrilla de rastafaris y lugar de chill out. Comimos el kottu roti que nos había sobrado del día anterior y nos fuimos a dar una vuelta a la playa.
Marea alta, playa tranquila y muchos surfistas. Nos tomamos una ginger beer EGB 😉 (guiño para los que no seáis millenials) y nos fuimos ya de vuelta a casa que la verdad es que estábamos cansados. Siesta, ordenador y mañana más.
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