Chichén Itza: el pozo de los brujos del agua

Hoy nos tocará madrugar. El autobús a Chichén Itza sale a las 8:00 de la mañana y tenemos que llegar hasta la estación. Conseguimos llegar temprano y a las 7:30 ya estamos en la estación. Así que vamos a ver amanecer a la playa y descubrimos una imponente escultura de nombre «El portal maya» que se construyó para conmemorar el cambio de ciclo del calendario maya hace unos años, cuando el mundo no acabó.

Nos llevará más de cuatro horas, con paras incluidas en Tulum, Coba y Valladolid. La llegada es como nos temíamos. Modo Carrefour. Decenas de autobuses, hordas de turistas – entre ellos nosotros claro; más gente que en la isla de Lost. Se pierde la sensación de lugar especial. Lo que siempre hemos dicho que es una de las mejores cosas del Camino Inca.

Comenzamos la cola para entrar – si pagas con tarjeta hay que pagar por separada las dos entradas (recaudación estatal y recaudación nacional) mientras Lidia, que será nuestra guía nos convence para serlo. En la pared, una placa conmemora un concierto que Pavarotti dio aquí en 1997. Por cierto, que al pasar las taquillas a la derecha hay una consigna gratis para guardar mochilas, que no está muy señalizada.

Hacemos grupo con dos chicos eslovacos y con Veronika, de Baviera, con quien de casualidad nos veremos para comer. Comenzamos el recorrido por el juego de pelota. Ya hemos visto algunos en nuestro viaje pero este es el más espectacular. Pese a toda la gente que hay. Nos explican que la influencia tolteca en todo el recinto  es elevada y que se trataba de un centro ceremonial. Hace un calor que flipas, por cierto. La guía no termina de convencernos. No cuenta demasiado. Sí cuenta sobre la su fisonomía maya y algunas otras cuestiones pero poco sobre la ciudad.

Salimos del recinto de pelota por el muro de las calaveras y damos a la plaza principal donde se encuentra la espectacular pirámide de Kukulkán. (Dios correspondiente a Quetzacoal para los mexicas) Hace unos años todavía se podía subir pero no hay más que ver la gente que hay para ver que es una buena idea que ya no se pueda.

Desde la cara norte podemos ver cómo se produce un efecto de eco para sonidos agudos y nos hablan del famoso fenómeno del descenso de Kukulkán los día de equinoccio. Quedan tan sólo diez días, pero nos tenemos que conformar con verlo online.

Terminará ya en seguida la visita guiada y comenzaremos a recorrer la ciudad por nuestra cuenta. Encontramos, por fin, lugares menos concurridos como la casa colorada. Desde allí y por un paseo con infinidad de puestos en los que te ofrecen máscaras a un dólar – dentro del recinto –  volveremos a la explanada frente a Kukulkán que ahora está un poco más tranquila. El sol que pega es fino. 35º marca el teléfono.

Recorremos el templo de las mesas y el de los guerreros. Enfilamos hacia el cenote sagrado de Chichén Itza, por otro camino lleno de puestos. No, gracias, no queremos camisetas. No, gracias, no queremos plata. No, gracias no queremos cerámicas. Ni maderas. Ni jade. El cenote no nos parece gran cosa si exceptuamos el significado religioso. Menos mal que allí, junto al cenote, hay un sitio para comprar agua. Antes hemos rechazado a uno que nos la vendía por 30 pesos. Aquí la pagamos.

Vuelta hacia la plaza principal y de nuevo al templo del juego de pelota, donde ahora por fin, no hay tanta gente. Explicamos a un despistado turista yankee – más despistado que nosotros – que no se jugaba con la mano y que el ganador era sacrificado. «Why would yo like to win them?!»

Hora ya – más que hora –  de comer. Nos encontramos con Veronika y nos vamos a comer, bastante bien, al único sitio que hay.  Cuatro horitas de vuelta. Ya en Playa nos acercamos al muelle a ver horarios para visitar Cozumel al día siguiente. (No iríamos) Una van. Unos plátanos en la tienda de al lado del Oxxo y a casa. Gran día.

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