Icono del sitio Nyumbani

Miyajima e Hiroshima: recuerdos de infancias propias y perdidas

Nos despertamos en Hiroshima, desde el enorme ventanal de nuestra minúscula habitación  en un piso elevado se ve gran parte de la ciudad. Recuerdo sentirme en un sitio nuevo, ensanchando los límites de mi mundo. Hiroshima era la primera ciudad de Japón que visitábamos en el país, que tenía un signficado para mí. Hoy será un día memorable. De hecho

Rumbo a Miyajima

Cuando planificamos nuestra ruta en Japón creo recordar que tuvimos nuestras dudas de si visitar la isla del santuario. (Miya=santuario, jima=isla). Fue el punto más al Oeste que visitaríamos en el país. Finalmente nos decidió el hecho de que era Patrimonio de la Humanidad y las bellas fotos del tori sobre el mar de Seto. 

Para llegar a Miyayima hay que embarcar en el embarcadero de ferries (billete incluido en el Japan Rail) cercano a la estación de tren de Miyayimaguchi (técnicamente, situada en otro municipio: Hatsukaichi). No teníamos desayuno  contratado en el hotel así que nos dirigimos a la estación central para buscar un sitio antes de tomar el tren. El escogido lo fue por una cuestión semántica. Un poco escondido encontramos un Lotteria (en ese momento no lo sabíamos, pero Lotte es una compañía koreano-japonesa, que guardamos en el recuerdo y que nos alegraría ver – varios años después – en Hanoi.   en la estación central de Hiroshima, Miyayimaguchi

El santuario Itsukushima

Tras algo más de una hora en tren y un agradable trayecto en ferry, desembarcamos en la isla de miyajima, llamada oficialmente Itsukushima. Es viernes y se ve que es una zona de gran afluencia turística. Tiendas y restaurantes flanquean la vía que une el embarcadero y el santuario. Fue en esa avenida donde descubrimos la existencia del okonomiyaki, plato típico de Hiroshima (y de Osaka) que me encanta ¡pero que no llegamos a probar estando allí! Llegando al santuario encontramos el objeto que quizá iguala a aquel en orgullo por parte de los habitantes de la isla:  la cuchara de arroz más grande del mundo.

El santuario nos gustó principlamente por su situación, prácticamente sobre las aguas de la bahía. La luz no era particularmente bonita, pero tuvimos la ocasión de visitarlo con tranquilidad, sobre todo al principio. El tori, que dio origen al santuario, se construyó en el siglo VI. Cuando llegamos había pleamar y se veía completamente sobre las aguas (otra cosa es cuando tomamos el ferry de vuelta por la tarde)

Seguimos paseando y disfrutando de las sensaciones. Tras un rato de compañía de unos cuantos ciervos y apreciar las vistas, decidimos continuar nuestro camino.

Templo Daishoin

Cuando el santuario empezaba a llenarse de gente, nos encaminamos hacia el monte Misen. En sus faldas se encuentran todas las edificaciones, algo dispersas, del templo Daishoin.  Había mucha menos gente que en el de Itsukushima y disfrutamos de la experiencia y de explorar los cilindros de las barandillas de las escaleras, que seguimos sin saber qué significado tienen.

Empezaba a apretar el hambre y decidimos bajar al pueblo y buscar un lugar para comer. Recordamos bien – en 2020, 8 años después, el lugar. Nos comimos unos boles enormes de udon, pero lo que más recuerdo es el estar comiendo en las mesitas bajas apoyados en el suelo. Creo que al entrar nos dieron a elegir mesas con sillas o las bajas, y no tuvimos mucha duda…  Después ya tocaba ir a esperar al ferry. Cafecito Boss y de vuelta al barco. A esa hora, la bajamar dejaba ya ver la arena bajo el tori.  Recuerdo hablar con Nagore en el viaje de vuelta, viendo alejarse la isla, de lo afortunado que me sentía y de cómo viajar era (y es) lo que más me llena en la vida.

Memorial de la Paz de Hiroshima

No era algo que tuviéramos particularmente planificado, pero puesto que llegamos al centro de Hiroshima a media tarde, decidimos dar una vuelta por el parque Memorial de la Paz. El parque se construyó en torno a la Cúpula Genbaku, el edificio más cercano al hipocentro de la explosión el 6 de agosto del 45, que quedó en pie.

Nuestro recorrido por la zona comenzó en el memorial de Sadako Sasaki. Durante las siguientes dos horas tuvimos la ocasión de profundizar en la historia del horror que vivió la ciudad. La visita al museo fue realmente instructiva. Era una sensación curiosa. El hecho de estar allí. Y también el valorar todo lo que la ciudad y todo Japón consiguió en unas pocas décadas. Hay decenas de objetos recogidos durante los días posteriores a la explosión que sirven para narrar la durísima catastrófe que se vivió. Quizá solo – varios años después – el Museo de la Guerra de Ho Chi Min  y el Tuol Sleng en Nom Penn han supuesto una experiencia comparable.

Después salimos a pasear por el edificio de la cúpula y de ahí fuimos al cenotafio, donde tuvimos un rato para pensar en todas nuestras emociones. Fue en ese momento cuando conocimos al señor Masao Maeda. Un empleado del servicio postal que estaba de paseo y que se presentó, nos preguntó por nuestras impresiones de Japón y que hoy, ocho años después, sigue siendo nuestro amigo por correspondencia.

De camino al hotel, todavía tendríamos tiempo de descubrir otro lugar que recordamos mucho de Hiroshima. Un Book Off. Una cadena de tiendas de segunda mano de manga y videojuegos. Lo pasamos como niños. Recordando los juegos de nuestra infancia. Durante nuestra semana en Tokyo, visitaríamos el de Akihabara varias veces. Fue ahí donde se comenzó a construir nuestro museo de videojuegos y cosas frikis de viajes.

Este día en Hiroshima es quizá el que mejor recordamos de nuestro viaje a Japón, fue una experiencia en muchos sentidos. Totalmente recomendable.

Salir de la versión móvil