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Cenando con vistas al paso de cebra

Hoy tendremos nuestro primer día completo en la ciudad (metrópolis, realmente) de Tokio. No será de los días más memorables, pero sí de las noches que mejor recordamos.

Tras despertarnos y «tender» por la habitación la ropa de la colada que pusimos ayer, nos dirigimos al metro de Akihabara para la primera excursión del día. Vamos a ver el barrio de Ueno. Casi todos los trayectos en metro en la ciudad de Tokio los haremos en la línea Yamanote, línea circular urbana que está incluida en el Japan Rail Pass. 

La línea Yamanote de Tokio es mucho más que un simple medio de transporte; es una arteria vital que late con el ritmo frenético y fascinante de la ciudad. Subir a uno de sus trenes es como embarcarse en un recorrido circular por la esencia misma de Tokio, donde cada estación cuenta una historia distinta. Desde la elegancia moderna de Shibuya, con su famoso cruce que parece coreografiar el caos, hasta la serenidad casi inesperada de Ueno, donde los cerezos en flor pintan el paisaje con suaves pinceladas de rosa en primavera. La Yamanote es el telón de fondo de la vida cotidiana de millones, un microcosmos donde conviven la tradición y la innovación, donde lo viejo y lo nuevo se mezclan en un continuo que solo puede encontrarse en Tokio. Y mientras el tren sigue su curso, pasando por estaciones que son tan icónicas como la propia ciudad, uno no puede evitar sentirse parte de este vasto y dinámico teatro urbano.

Llegada a Ueno

Ueno es un rincón de Tokio donde la historia y la cultura se encuentran en un abrazo tranquilo y nostálgico, ofreciendo un respiro del dinamismo incesante de la ciudad. Es un barrio , que según dice, guarda la esencia del Tokio de antaño.

Nosotros íbamos con nuestra guía en la mano e íbamos paseando hacia aquellos puntos que nos llamaban la atención. Realmente uno de los primeros fue una tienda comics y de artículos frikis, que creo que fue en la que vimos por primera vez en nuestra vida Funkos, que justo en ese momento estaban eclosionando a nivel mundial.  

Parque Ueno

Así fue como llegamos al Parque Ueno, un oasis verde que alberga museos de renombre, como el Museo Nacional de Tokio, el Museo de Arte Occidental, el Museo Nacional de Ciencia de Japón. El parque ocuopa el lugar donde sucedió la batalla donde las fuerzas imperiales derrotaron al último apoyo del shogunado Tokugawa en 1868.

Fieles a una tradición habitual en la primera vez que vamos a un sitio, no visitamos ninguno de ellos. En aquella época no habíamos instaurado nuestra tradición de, eso sí, comer en los museos sin visitarlos. Cosa que haríamos por ejemplo en el Mauritshuis de La Haya, 12 años después, y que justo en ese momento había prestado su obra más icónica al museo tokiota. (Algo que no recordaríamos en La Haya)

Comer no comimos, pero sí que tomamos un almuerzo, fruta fresca, algo que también solemos hacer. 

Asakusa y el templo Sensō-ji

Tras terminar nuestro paseo entre los museos y el resto del parque nos acercamos a ver el templo Sensō-ji. Aunque primero y puesto que iba siendo hora de comer y nos acercamos a un McDonalds, que también nos suele gustar probar la «gastronomía local» en este caso Teppanyaki McNuggets 😉

El templo, en el corazón de Asakusa, es una de las joyas más veneradas y antiguas de Tokio, un santuario budista que nos invita a un viaje a través del tiempo y la espiritualidad. Al acercarnos por la bulliciosa calle Nakamise, flanqueada por tiendas que venden desde recuerdos tradicionales hasta exquisitas delicias japonesas, vislumbramos la majestuosa puerta Kaminarimon, con su icónica linterna roja gigante, que marca la entrada a un mundo de devoción y leyenda.

Según la tradición, el templo fue fundado en el año 645 en honor a la diosa Kannon, cuya estatua, descubierta por dos pescadores en el río Sumida, se venera en su interior. Se supone que al cruzar el patio y llegar a la sala principal, el incienso espeso y el sonido de las campanas crean una atmósfera de paz que contrasta con la energía de la ciudad moderna, haciendo de Sensō-ji un refugio espiritual y un símbolo duradero de la fe y la resiliencia japonesa. Pero nosotros no llegamos a tener ninguna de esas sensaciones. Había mucha gente para poder tener esas sensaciones. Todavía hoy, nuestros mejores recuerdos de templos en Japón, son de Nara o Miyayima.

Dedicamos el resto de la tarde a pasear por otras zonas de Taito City. En aquel momento no sabíamos que el nombre de la desarrolladora de Space Invaders o Bubble Bobble, era el nombre de un barrio tokiota.

Pasamos por una konbini de camino al hotel a comprar algo de desayuno para el día siguiente y nos fuimos al hotela a ponernos guapos que esa noche teníamos una cita.

En Japón, las tiendas de conveniencia, o konbini, son mucho más que simples lugares para comprar artículos de última hora; son una parte esencial del ritmo diario de la vida japonesa. Las tres cadenas más grandes—7-Eleven, FamilyMart y Lawson—dominan el paisaje urbano, cada una con su propio encanto y oferta única. 7-Eleven, quizás la más reconocida a nivel mundial, es famosa por su amplia selección de comidas preparadas, desde onigiris frescos hasta platos de pasta, y su confiabilidad en servicios como cajeros automáticos y pagos de facturas. FamilyMart, con su característico eslogan “Famima”, es un refugio para aquellos que buscan algo más exclusivo, con una línea propia de productos de alta calidad, como sus famosos FamiChiki, empanizados de pollo irresistiblemente jugosos. Lawson, por su parte, se distingue por su enfoque en productos regionales y de temporada, además de su popular marca Uchi Café que ofrece postres que compiten con los de cualquier pastelería. Estas tiendas de conveniencia son verdaderos pilares de la cultura japonesa moderna, siempre disponibles, adaptándose a las necesidades del día a día con una sorprendente variedad de servicios y productos.

Shibuya la nuit

Creo que en en aquel año, 2012, las dos únicas imágenes de lugares de Japón que tenía en mi mente eran las de akihabara y la del paso de cebra de Shibuya. Nuestro hotel estaba en el barrio de la electrónica, así que en esta segunda noche nos encaminamos hacia el paso de cebra más famoso del mundo. (Con permiso del de Abbey Road)

Nos cogimos el metro y nos fuimos para allí. No tengo ni idea cómo se nos ocurrió subir a cenar a un L´Ocittane. Era una marca que conocíamos algo de verla, pero que no sabíamos del todo el tipo de negocio que era. (Recuerdo al volver a Madrid, preguntar en L´Occitane de la calle Fuencarral si tenían café…rollo VIPS de cuando tenían tienda y resturante…) Resultaba que este sí, tenía un pequeño espacio  y una carta muy reducidad, pero con unas fantásticas vistas al paso de cebra. (Hoy es el día que cualquier vez que vemos este «café» en cualquier serie, videojuego o película, siempre decimos «ahí hemos cenado nosotros» Terminamos la jornada dando un paseo y cruzando los pasos de cebra simplemente por el hecho de hacerlo y ya de vuelta al hotel a dormir.

Quizá fue esa primera noche en la que a mitad de noche, comenzamos a oir golpes en la puerta, insistentemente y con risas. Me puse un kimono, abrí y vi a una chica japonesa que se había equivocado de habitación y que creo que es la persona más avergonzada que he visto nunca 🙂

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