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En ruta hacia Douz: la puerta del Sáhara

Tras vivir varios días lluviosos el norte de Túnez, sabíamos que el calor iba a hacer por fin su aparición con la parte del viaje que yo más esperaba: los tres días de ruta en 4×4 por el norte del Sáhara. También eran los días de las tres actividades que debíamos pagar de forma adicional. Nuestro guía, cuando el primer día nos dio la bienvenida nos explicó que debíamos regatear los precios en Túnez. Pero que no el precio de las excursiones, debíamos elegir entre hacer las tres o ninguna. Resultó que si era una cosa que se podía negociar después de todo 😉

Tras el desayuno, 8 todoterreno nos esperaban. Serían nuestro medio de transporte durante los siguientes tres días. Recuerdo sentirme completamente entusiasmado durante los tres días. Sintiendo que estaba viviendo una aventura, no haciendo turismo. (Aunque hacíamos turismo evidentemente)

Así pues, nos encaminamos por carretera cada vez más sencillas hacia el sur del país. Fue así como descubrí algo que me encanta desde entonces y que es el recorrer sitios en convoy. 

También descubrí otra cosa que he visto o percibido en muchas ocasiones posteriormente, que me resulta controvertida. El concepto de prioridad por ser europeo o turista o las dos cosas. En este viaje fue patente para mí en la forma de adelantar del convoy en carreteras, todas, de doble sentido. Si encontrábamos un coche o cualquier otro vehículo en nuestro sentido, el primero de los todoterreno se pasaba a al carril contrario y ponía las luces de emergencia. El resto se ponían detrás y adelantaban. Cuando todos habían terminado, entonces volvíamos al carril derecho. Cierto es que no había mucho tráfico y que si venía otro vehículo en sentido contrario era fácil para él salirse al arcén pues todo era enormemente plano.

Anfiteatro de el Djem, herencia romana

Túnez es un país con una enorme herencia de distintos pueblos. Un impresionante ejemplo de ello es el anfiteatro romano de el Djem que fue nuestra primera parada ese día. Construido en la época de la República de Roma es el cuarto mayor del mundo. Tiene un estado de conservación fantástico. Recuerdo que por dentro me pareció mucho más interesante que el Coliseo de Roma, el mayor del mundo, que había visitado unos años antes.

Fuente de esta imagen: Viajes en la mochila.

Se cuenta que hasta el s. XVII estuvo completamente bien conservado hasta que los habitantes de El Djem comenzaron – como en tantos otros sitios del mundo – a tomar materiales para construir sus casas. Recuerdo sentir una sensación parecida mientras cruzábamos el pueblo a la que sentí en Pisa, antes de ver la torre, con una calle entera de tiendas de souvenirs y al final el edificio. Fue bastante llamativo ver un edificio tan grande rodeado de un pequeño pueblo con casitas de una sola planta. Tras la visita al anfiteatro volvimos a los coches y nos dirigimos ya a un restaurante en medio del desierto, en forma de cúpula que parecía hecho con adobe donde comimos.

Matmata, la ciudad de las casas «trogloditas»

Es así como llegamos a Matmata. Se trata de un pequeño pueblo que es conocido por sus viviendas «trogloditas». Parece que realmente fueron excavadas en la roca en el s.XI por los bereberes que huían de la expansión de los árabes del norte. Recuerdo unas construcciones interesantes, y una sensación evidente de que la señora que estuvo moliendo harina lo hacía absolutamente de cara al turista. Algo que viví de nuevo con nitidez en la isla de los Uros en Perú.

Douz: desierto, dromedarios y chicos de allí.

Y ya al atardecer llegamos a la ciudad de Douz. Fuimos acercándonos a la ciudad y comenzamos a ver decenas de chicos que aguardaban con sus dromedarios para transportar turistas. Llegamos al hotel Sahara Douz y tras descansar un poco comenzamos a disfrutar de una las excursiones previstas. Un paseo en dromedario por el Sáhara. Bueno, por sus estribaciones realmente.

Fue una experiencia magnífica. Supongo que duraría en torno a una hora. Nos fuimos adentrando en el desierto hasta que perdimos completamente de vista la ciudad. Recuerdo sentirme como en una película. Y afortunado, claro. No es de extrañar que Hidalgo que se estrenó justo tras nuestra vuelta a España y que es la única película que he visto sólo en el cine, me encantara.

Tras un rato en el que íbamos viendo como atardecía e iba cambiando el tono del cielo paramos un tiempo a descansar. Fui allí  donde conocí lo que eran los bereberes, pues habúa un grupo. Uno de ellos se acercó a caballo haciendo piruetas y explicó algo en torno a que ellos no montaban en dromedario. Poco después, enfilamos ya el camino de vuelta a la ciudad.

Ya por la tarde-noche y antes de cenar fuimos a darnos un baño a una de las piscinas del hotel. Yo opté por la interior, una preciosa piscina termal con un cierto olor a azufre que me encantó y me llamó la atención.

Por la noche salimos a tomar algo en grupo y fue para mí un aprendizaje tras otro. Conforme fuimos buscando un sitio donde tomar algo se fueron acercando diferentes chicos de nuestra edad a hablar con nosotros. Acostumbrados a la perseverancia de los vendedores del norte de Túnez, nos fueron siguiendo hasta que nos convencieron de que no había ningún sitio adecuado para tomar algo y que lo mejor es que compráramos algo de alcohol, ellos refrescos, y fuéramos con ellos a beber y charlar.

Recuerdo que, tras comprar, fuimos alejándonos un poco de la ciudad por petición suya hacia el desierto y que sentía cierto miedo. También recuerdo perfectamente como uno de los chavales al ver mi móvil (lo íbamos usando como linterna) me dijo «Eh, un Nokia 3510i» Toda una lección de globalización en un instante, en el que yo pensaba poco menos que estábamos en el desierto con gente que no tenía luz. (Ains).

Poco después ya llegamos a una zona que les parecía adecuada. Nos dijeron que el motivo por el que quería alejarse es porque tenían prohibido hablar con turistas tras algunos incidentes recientes y simplemente querían alejarse de la policía (a la que se referían como «los escorpiones» en referencia quizá a sus trajes negros). A nuestra pregunta sobre la prohibición del Islam de beber alcohol, recuerdo una respuesta sobre que no era tanto la religión lo que les impedía comprar alcohol, si no el alto precio de este.

Sacaron ya sus instrumentos de percusión y cuerda y vivimos una noche para mí completamente mágica. En el desierto, tomando algo bajo las estrellas, al lado de la hoguera. Fue para mí impresionante cuando uno de ellos se arrancó con las notas de Aicha, una canción que conocía perfectamente pues, casualmente, era una de mis favoritas de la época. Fue una sensación completa de que teníamos mucho más en común con ellos de lo que yo pensaba – en mi todavía cierta ignorancia de pequeña visión del mundo. Poco después, uno de los chicos nos acompañó al hotel a Vanessa y a mí, para «llegáramos bien». Hoy en día, aquella ciudad de Douz sigue siendo uno de los días que mejores recuerdos me traen.

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